jueves, 19 de diciembre de 2013

De perdidos al río

 
¿Os habéis perdido alguna vez en la montaña? Yo sí, en julio de 2004, y os cuento por qué estoy pensando ahora en ello.



El caso es que estoy buscando ejemplos personales de aprendizaje experiencial, situaciones en las que tenga la sensación de haber descubierto algo por mí mismo (¡anda!, ¡eureka!, ¡ahí va la hostia!). Más en concreto estoy intentando recordar aprendizajes en los que no haya habido una sensación de incomodidad previa.



En este contexto he conectado con el recuerdo de sentirme perdido en medio de la montaña. Fue en julio de 2004, estaba preparándome para el Camino de Santiago y decidí hacerme una Pedriza Circular yo solo (8 ó 9 horas de caminata). El viernes por la tarde-noche aparqué en el Tranco y subí hasta el refugio Giner; y el sábado, después de desayunar, compré un mapa y consulté al guarda forestal acerca de la ruta. “No tiene pérdida” me dijo, “está señalizada con marcas rojas y blancas cada treinta metros, salvo al volver de las Cuatro Torres, donde hay un tramo de varios cientos de metros en el que te tienes que guiar por mojones”.



Metí en la mochila un bocadillo, un par de piezas de fruta, una chocolatina, una bolsa de frutos secos, dos litros de agua y me puse a caminar. Anduve tres o cuatro horas hasta bordear las Cuatro Torres, donde me crucé con el último grupo de montañeros. Poco después perdí la pista de las marcas rojiblancas y empecé a seguir la dirección que parecían indicar los mojones. ¿Cuál fue el resultado? Pues que una hora y media después llegué por tercera vez al mismo arbolito (hacía un sol del carallo, apenas sombras y se me había terminado el agua). Estaba perdido.



Durante una hora más disfruté de la experiencia (era la primera vez que me sentía así y me parecía emocionante), pero cuando empezó a caer la tarde, sin haber hablado con nadie en horas y habiendo terminado todas mis provisiones, empecé a preocuparme. Trepé por un risco para probar si cogiendo altura veía algún camino. Agudicé la mirada intentando escudriñar cada diferencia de la panorámica hasta que noté algo: uno de los bosques parecía atravesado por árboles de un verde más oscuro, tal vez más frondoso “¡Coño!, un río”, pensé. “De perdidos al río”. Y me eché a reír a carcajada limpia.



“De perdidos al río”, “de perdidos al río” fui canturreando, campo a través, hasta que dí con la ribera que me llevó de nuevo hasta el refugio.



En ese momento descubrí (o destapé) el significado literal de la expresión “de perdidos al río”, que yo había utilizado docenas de veces para referirme a “disfrutar sin preocuparme”, “empeorar la situación” (ya que estamos perdidos, por lo menos vamos a darnos un baño en el río, aunque nos constipemos).



Es muy probable que inconscientemente ya supiera ese significado literal (que estuviera "en vías de aprenderlo"), pero el hecho es que no fui plenamente consciente del mismo hasta haber vivido la sensación de estar perdido y la necesidad de buscar una dirección en la cual caminar. Es un buen ejemplo, pero no exactamente lo que yo andaba buscando, porque sí que hubo “incomodidad” previa.



Seguro que también tenéis algún ejemplo similar en el que, ya de mayorcitos, descubrís (o destapáis) el significado de alguna expresión. ¿Cuándo ha sido la última vez que has sentido que aprendías algo de tu propia experiencia? ¿Cuándo ha sido la última vez que te has reído después de haber dicho “¡anda! o ¡ahí va!”? ¿Hubo o no hubo incomodidad previa?
Roberto

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