¿Os habéis perdido alguna vez en la
montaña? Yo sí, en julio de 2004, y os cuento por qué estoy
pensando ahora en ello.
El caso es que estoy buscando ejemplos
personales de aprendizaje experiencial, situaciones en las que tenga
la sensación de haber descubierto algo por mí mismo (¡anda!, ¡eureka!, ¡ahí va la hostia!). Más en concreto estoy
intentando recordar aprendizajes en los que no haya habido una
sensación de incomodidad previa.
En este contexto he conectado con el
recuerdo de sentirme perdido en medio de la montaña. Fue en julio de
2004, estaba preparándome para el Camino de Santiago y decidí
hacerme una Pedriza Circular yo solo (8 ó 9 horas de caminata). El
viernes por la tarde-noche aparqué en el Tranco y subí hasta el
refugio Giner; y el sábado, después de desayunar, compré un mapa y
consulté al guarda forestal acerca de la ruta. “No tiene pérdida”
me dijo, “está señalizada con marcas rojas y blancas cada treinta
metros, salvo al volver de las Cuatro Torres, donde hay un tramo de
varios cientos de metros en el que te tienes que guiar por mojones”.
Metí en la mochila un bocadillo, un
par de piezas de fruta, una chocolatina, una bolsa de frutos secos,
dos litros de agua y me puse a caminar. Anduve tres o cuatro horas
hasta bordear las Cuatro Torres, donde me crucé con el último grupo de
montañeros. Poco después perdí la pista de las marcas rojiblancas
y empecé a seguir la dirección que parecían indicar los mojones.
¿Cuál fue el resultado? Pues que una hora y media después llegué
por tercera vez al mismo arbolito (hacía un sol del carallo, apenas
sombras y se me había terminado el agua). Estaba perdido.
Durante una hora más disfruté de la
experiencia (era la primera vez que me sentía así y me parecía
emocionante), pero cuando empezó a caer la tarde, sin haber hablado
con nadie en horas y habiendo terminado todas mis provisiones,
empecé a preocuparme. Trepé por un risco para probar si cogiendo
altura veía algún camino. Agudicé la mirada intentando escudriñar
cada diferencia de la panorámica hasta que noté algo: uno de los
bosques parecía atravesado por árboles de un verde más oscuro, tal
vez más frondoso “¡Coño!, un río”, pensé. “De perdidos al
río”. Y me eché a reír a carcajada limpia.
“De perdidos al río”, “de
perdidos al río” fui canturreando, campo a través, hasta que dí
con la ribera que me llevó de nuevo hasta el refugio.
En ese momento descubrí (o destapé)
el significado literal de la expresión “de perdidos al río”,
que yo había utilizado docenas de veces para referirme a “disfrutar
sin preocuparme”, “empeorar la situación” (ya que estamos
perdidos, por lo menos vamos a darnos un baño en el río, aunque nos constipemos).
Es muy probable que inconscientemente
ya supiera ese significado literal (que estuviera "en vías de aprenderlo"), pero el hecho es que no fui
plenamente consciente del mismo hasta haber vivido la sensación de
estar perdido y la necesidad de buscar una dirección en la cual
caminar. Es un buen ejemplo, pero no exactamente lo que yo andaba
buscando, porque sí que hubo “incomodidad” previa.
Seguro que también tenéis algún
ejemplo similar en el que, ya de mayorcitos, descubrís (o destapáis)
el significado de alguna expresión. ¿Cuándo ha sido la última vez
que has sentido que aprendías algo de tu propia experiencia? ¿Cuándo
ha sido la última vez que te has reído después de haber dicho
“¡anda! o ¡ahí va!”? ¿Hubo o no hubo incomodidad previa?
Roberto
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